Nada es fácil cuando la vida está en juego

Relato de Mackenzie Knowles-Coursin desde Sudán del Sur

Un sitio llamado hogar

Desperté antes del amanecer y vi el mosquitero suspendido sobre mí. Inmediatamente recordé que estaba en Sudán del Sur, donde los mosquiteros salvan vidas. Me puse las botas de goma embarradas y salí del contenedor metálico donde me alojaba.

Las barreras de contención Hesco –unas cajas enormes llenas de arena– rodeaban el atestado campamento. Más de 24.000 personas vivían acorraladas allí, como si fuera un pueblo de unos pocos kilómetros cuadrados. Al principio, era una base construida para las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas en Malakal (la principal ciudad del extremo norte de Sudán del Sur). Luego, al estallar la guerra civil en diciembre de 2013, miles de habitantes civiles huyeron hacia allí. Varios años después, aún lo llaman “su hogar”.

Un país a merced de la guerra civil

 

Más de 2,4 millones de personas han huido de Sudán del Sur, mientras que 1,9 millones que aún viven en el país han tenido que desplazarse de sus hogares.

Me encontraba en Malakal junto con el equipo del Comité Internacional de la Cruz Roja que prestaba asistencia médica en zonas remotas. Por las lluvias estacionales, varias aldeas habían quedado aisladas, y las instalaciones de salud a las que antes los residentes tenían acceso, habían quedado deterioradas a raíz de la guerra.

Sudán del Sur irrumpió en la escena mundial en 2011, cuando declaró su independencia. Pero desde fines de 2013, el país está inmerso en una guerra civil. Más de 2,4 millones de personas han huido de Sudán del Sur, mientras que 1,9 millones que aún viven en el país han tenido que desplazarse de sus hogares.

Es difícil conseguir alimentos, medicamentos y ayuda material para Sudán del Sur, pero lograr que esa asistencia llegue a quienes más la necesitan puede ser aún más complicado. Con una superficie similar a la de Francia, Sudán del Sur solo tiene 300 kilómetros de caminos pavimentados. Al resto del país solo se puede acceder por vía aérea o a través de caminos de tierra que quedan intransitables a raíz de la temporada de lluvias, que se extiende por siete meses. Millones de personas han huido del país. Desde sus comienzos, la ayuda externa representa un importante apoyo para Sudán del Sur, y hoy es más necesaria que nunca para paliar las carencias cada vez mayores que sufre el país.

"Es difícil conseguir alimentos, medicamentos y ayuda material para Sudán del Sur, pero lograr que esa asistencia llegue a quienes más la necesitan puede ser aún más complicado."

Mackenzie Knowles-Coursin

Un comienzo pantanoso

¿Caminos? Después de todo, no nos hacían falta para llegar a nuestro destino. El río Nilo Blanco atraviesa Malakal, y el CICR tenía un bote. El equipo cargó todo rápidamente y nos dirigimos hacia el norte.

Surcábamos las tranquilas aguas matutinas, serpenteando entre varios corredores verdes cubiertos de pasto elefante en busca de una aldea remota. Dos horas después, atravesamos lentamente una zona con malezas densas y tocamos tierra.

Pero nos encontramos con un problema: no había nadie allí. Por lo general, se corre la voz rápidamente sobre las visitas del CICR, e incluso los habitantes de otras aldeas suelen acudir en busca de asistencia. Cuando terminamos de descargar el bote, supimos que las llanuras vecinas estaban completamente inundadas. Por lo tanto, nos esperaba una larga y ardua caminata. Marchamos entonces hacia la aldea cargando sobre la espalda y la cabeza las mesas plegables, el material sanitario y los medicamentos. Apenas nos alejamos un par de pasos del bote, el agua pantanosa y amarronada ya nos llegaba a la cintura.

Sin tiempo suficiente

 

El viaje nos había llevado más de cuatro horas en total y, para regresar antes del anochecer, debíamos marcharnos en ese momento.

Caminamos mojados durante una hora, hasta que finalmente divisamos la aldea en la cima de una colina. En cuestión de minutos, el equipo acomodó las mesas y los insumos, al tiempo que decenas de personas hacían fila para ser atendidos.

El equipo médico actuaba con rapidez y eficacia, feliz de haber logrado finalmente atender a los pacientes. Los residentes solían tener síntomas de malaria. Recordé el momento en que desperté esta mañana; evidentemente, no había suficientes mosquiteros. El equipo también atendió casos de enfermedades diarreicas e infecciones respiratorias, que son afecciones comunes en aldeas remotas.

En una hora, los médicos habían atendido a 18 pacientes, pero había llegado el momento de irse. El viaje nos había llevado más de cuatro horas en total y, para regresar antes del anochecer, debíamos marcharnos en ese momento.

“¿Podemos quedarnos quince minutos más?”, preguntó el jefe médico mientras terminaba de extraer el líquido de la rodilla lesionada de una mujer. Caroline, la responsable del equipo, miró el reloj y luego la fila de pacientes. “De acuerdo, nos quedamos quince minutos más pero después tenemos que irnos”, dijo.

Una decisión difícil

 

En un viaje de un día, los especialistas médicos atendieron a 22 pacientes. Sin embargo, en un lugar más accesible, el equipo hubiera podido atender a 50 personas. Estas realidades del terreno plantean preguntas complejas e incómodas.

El día pronto llegó a su fin y apenas habíamos estado 90 minutos con los pacientes. No pudimos atender a muchos otros, que seguían esperando en la aldea. Veíamos nubarrones de aspecto amenazante que se aproximaban, y nos apresuramos a atravesar el bosque para llegar cuanto antes al bote.

Parecía inviable hacer otra visita. En un viaje de un día, los especialistas médicos atendieron a 22 pacientes. Sin embargo, en un lugar más accesible, el equipo habría podido atender a 50 personas. Estas realidades del terreno plantean preguntas complejas e incómodas, por ejemplo, cómo elegimos a quién atender y a quién no.

Después de atravesar los pantanos, luchábamos por tener estabilidad emocional. El zumbido del motor nuevamente nos invitaba a la reflexión sobre los grandes interrogantes de la vida. Mientras, los oscuros nubarrones nos perseguían durante nuestro regreso a Malakal.

"El día pronto llegó a su fin y apenas habíamos estado 90 minutos con los pacientes. No pudimos atender a muchos otros, que seguían esperando en la aldea."